miércoles

Portada Oficial de Burn by Julianna Baggott

 

¿Que opinan? Creo que es simple, plana, sin chiste, nada bonita, sin encanto... No me gusta.

Primer Capítulo de The Fiery Heart by Richelle Mead

 

CAPÍTULO 1
ADRIAN
No voy a mentir. Entrar en una habitación y ver a tu novia leyendo un libro de nombres de bebés puede provocar que tu corazón se detenga.

─No soy un experto ─comencé, eligiendo cuidadosamente mis palabras─. Bueno, en realidad, lo soy. Y estoy bastante seguro de que hay ciertas cosas que tenemos que hacer antes de que tengas que estar leyendo esto.

Sydney Sage, la antes mencionada novia y luz de mi vida, ni siquiera levantó la vista, aunque en sus labios se dibujó un atisbo de sonrisa.

─Es para la iniciación ─dijo con con total naturalidad, como si estuviera hablando de hacerse la manicura o ir al supermercado en lugar de unirse a un aquelarre de brujas─. Tengo que tener un nombre “mágico” que ellas usan durante sus reuniones.

─Cierto. Nombre mágico, iniciación. Solo otro día en la vida, ¿eh? ─No que yo fuera el indicado para hablar, ya que yo era un vampiro con las fantásticas pero complicadas habilidades para curar y obligar a la gente.

Esta vez, conseguí una sonrisa llena, y ella levantó su mirada. Filtrándose a través de la ventana de mi dormitorio la luz del sol por la tarde atrapó sus ojos y sacó los reflejos ámbar en su interior.

Ellos se abrieron con sorpresa cuando se dio cuenta de las tres cajas apiladas que yo llevaba.

─¿Qué es eso?

─Una revolución en la música ─declaré, reverentemente dejándolas en el suelo. Abrí la de arriba revelando un tocadiscos─. Vi un anuncio de que un tipo estaba vendiéndolos en el campus. ─Abrí una caja llena de discos y saquéRumours de Fleetwood Mac─. Ahora puedo escuchar música en su forma más pura.

Ella no parecía impresionada, sorprendente para alguien que pensaba que mi Mustang de 1967 ─el cual ella había nombrado el Ivashkinator─ era una especie de santuario.

─Estoy bastante segura de que la música digital es tan pura como se puede conseguir. Ese fue un desperdicio de dinero. Adrian. Puedo meter todas las canciones de esas cajas en mi teléfono.

─¿Puedes meter las otras seis cajas que están en mi auto en tu teléfono?

Ella parpadeó con asombro y luego se volvió cautelosa.

─Adrian, ¿cuánto pagaste por todo esto?

Ondeé la mano restándole importancia a la cuestión.

─Oye. Todavía puedo hacer el pago del auto. Apenas. ─Por lo menos no tenía que pagar la renta, desde que el lugar era por adelantado, pero tenía un montón de otras facturas─. Además, tengo un presupuesto más grande para este tipo de cosas, ahora que alguien me hizo dejar de fumar y reducir la hora feliz.

─Más bien como el día feliz ─dijo ella con aire de superioridad─. Estoy velando por tu salud.

Me senté a su lado en la cama.

─Igual que estoy velando por ti y tu adicción a la cafeína. ─Era un acuerdo que habíamos hecho, formando nuestro propio tipo de grupo de apoyo. Dejé de fumar y reduje la bebida a una al día. Ella había derrocado su dieta obsesiva por una buena cantidad de calorías y había reducido el café a solo una taza al día. Sorprendentemente, ella había tenido un momento más difícil con eso que el que yo tuve con el alcohol. En esos primeros días, pensaba que tendría que comprobar su rehabilitación en cafeína.

─No era una adicción ─gruñó, aún amargada─. Más una… elección de estilo de vida.

Me reí y atraje su cara a la mía en un beso, y solo así, el resto del mundo desapareció. No había libros de nombres, no discos, ni hábitos. Estaba solo ella y la sensación de sus labios, la exquisita manera en que se las arreglaban para ser suaves y fuertes al mismo tiempo. El resto del mundo pensaba que era rígida y fría. Solo yo sabía la verdad acerca de la pasión y el hambre que estaba encerrada dentro de ella, bueno, yo y Jill, la chica que podía ver dentro de mi mente debido a un vínculo psíquico que compartíamos.

Mientras recostaba a Sydney de espaldas en la cama… tuve ese leve, fugaz pensamiento que siempre tuve, de lo tabú que era lo que estábamos haciendo. Los humanos y los vampiros Moroi habían dejado de entremezclarse cuando mi raza se escondió del mundo en las Edades Bárbaras. Lo habíamos hecho por seguridad, decidiendo que era mejor si los humanos no sabían de nuestra existencia. Ahora, mi gente y la suya (los únicos que sabían acerca de los Moroi) consideraban las relaciones como esta incorrectas y, entre algunos círculos, oscuras y retorcidas. Pero no me importaba. No me importaba nada excepto ella y la manera en que tocarla me llevaba a lo salvaje, así como su presencia serena y firme calmaba las tormentas que asolaban dentro de mí.

Eso no quería decir que hacíamos alarde de esto, sin embargo. De hecho, nuestro romance era un secreto celosamente guardado, uno que requería una gran cantidad de encuentros a escondidas y planificación cuidadosamente calculada. Incluso ahora el reloj estaba corriendo. Este era nuestro patrón de lunes a viernes. Ella tenía un estudio independiente para su último período del día en la escuela, uno dirigido por una maestra indulgente que la deja salir antes de tiempo, y correr aquí. Conseguíamos una preciosa hora de besarnos o hablar ─por lo general besándonos, más frenéticamente por la presión hacia nosotros─ y luego ella volvía a su escuela privada, justo cuando su pegajosa y odia vampiros hermana Zoe salía de clase.

De alguna manera. Sydney tenía un reloj interno que le decía cuándo se había acabado el tiempo. Creo que era parte de su capacidad inherente para hacer un seguimiento de cientos de cosas a la vez. Yo no. En estos momentos, mis pensamientos estaban generalmente enfocados en conseguir quitar su camisa y conseguir ir más allá del sostén esta vez. Hasta ahora, no lo había hecho.

Ella se sentó, las mejillas encendidas y el dorado cabello despeinado. Ella era tan hermosa que hacía doler mi alma. Siempre deseaba desesperadamente que pudiera pintarla en estos momentos e inmortalizar esa mirada en sus ojos. Había una suavidad en ellos que rara vez veía en otras ocasiones, una vulnerabilidad total y completa en alguien que era normalmente tan cautelosa y analítica en el resto de su vida. Pero aunque yo era un pintor decente, capturarla en el lienzo estaba más allá de mi habilidad.

Se acomodó su blusa marrón y la abrochó hasta arriba, ocultando el brillo de encaje turquesa con el conservador atuendo con el que le gustaba armarse a sí misma. Ella había hecho una revisión de sus sostenes en el último mes, y aunque siempre estaba triste de verlos desaparecer, me hacía feliz saber que estaban allí, esos secretos puntos de color en su vida.

Mientras caminaba hacia el espejo en mi tocador. Llamé a algo de la magia del espíritu dentro de mí para obtener una visión de su aura, la energía que rodeaba a todos los seres vivos. La magia trajo una breve oleada de placer dentro de mí, y luego la vi, esa brillante luz a su alrededor. Era su propio típico, amarillo de un erudito equilibrado con el más rico púrpura de la pasión y la espiritualidad. Un abrir y cerrar de ojos, y su aura se desvaneció, al igual que la mortal emoción del espíritu.

Terminó de alisar su cabello y miró hacia abajo.

─¿Qué es esto?

─Hmm. ─Llegué a estar de pie detrás de ella y envolví mis brazos alrededor de su cintura Entonces me di cuenta de lo que había recogido y me puse rígido: brillantes gemelos con rubíes y diamantes. Y solo así, el calor y la alegría que había estado sintiendo fueron reemplazados por una fría pero familiar oscuridad─. Fueron un regalo de cumpleaños de la tía Tatiana hace unos pocos años.

Sydney sostuvo uno y lo estudió con un ojo experto. Ella sonrió.

─Tienes una fortuna aquí. Este es el platino. Vende esto, y tendrías subsidio para la vida. Y todos los discos que quieras.

─Dormiría en una caja de cartón antes de vender estos.

Se dio cuenta del cambio en mí y se dio la vuelta, su expresión llena de preocupación.

─Oye. Solo estaba bromeando. ─Su mano tocó suavemente mí cara─. Está bien. Todo está bien.
 
Pero no estaba bien. El mundo era de repente un lugar sin esperanza, cruel, vacío con la pérdida de mi tía, la reina de los Moroi y el único pariente que no me había juzgado. Sentí un nudo en la garganta, y las paredes parecían cerrarse sobre mí mientras recordaba la manera en que había sido apuñalada hasta la muerte y la forma en que habían paseado todas las sangrientas fotografías cuando trataban de encontrar a su asesino. No importaba que la asesina estuviera encerrada y programada para su ejecución. Eso no traería a tía Tatiana de regreso. Ella se había ido, a lugares en que no la podía seguir ─al menos no todavía─ y yo estaba aquí, solo e insignificante y forcejeando...

─Adrian.

La voz de Sydney estaba tranquila pero firme, y poco a poco, fui dragado fuera de la desesperación que podría venir en una rápida y profunda oscuridad que había aumentado más durante los años.

Usaba el espíritu. Era el precio de ese tipo de poder, y estos cambios repentinos se habían vuelto cada vez más frecuentes recientemente. Me concentré en sus ojos, y la luz volvió al mundo. Todavía sufría por mi tía, pero Sydney estaba aquí, mi esperanza y mi ancla. No estaba solo. No era insignificante. Tragando, asentí con la cabeza y le di una sonrisa débil mientras la oscura mano del espíritu relajaba su agarre en mí. Por ahora.

─Estoy bien. ─Al ver la duda en su rostro. Presioné un beso en su frente─. En serio. Tienes que irte. Sage. Harás que Zoe haga preguntas, y llegarás tarde a tu reunión de brujas.

Ella me miró con preocupación unos momentos más y luego se relajó un poco.

─Está bien. Pero si necesitas algo…

─Lo sé, lo sé. Llama al Teléfono del Amor.

Eso la hizo sonreír de nuevo. Habíamos adquirido recientemente secretos teléfonos celulares de prepago que los alquimistas, la organización para la que ella trabajaba, no serían capaces de rastrear. No es que ellos realizaran con regularidad un seguimiento de su teléfono principal pero ciertamente podrían si pensaban que algo sospechoso estaba ocurriendo, y no queríamos un rastro de textos y llamadas.

─Y yo iré esta noche ─añadí.

Y con eso, sus facciones se endurecieron de nuevo.

─Adrian, no. Es muy arriesgado.

Otro de los beneficios del espíritu era la habilidad de visitar a las personas en sus sueños. Era una forma práctica de hablar desde que no teníamos mucho tiempo juntos en el mundo de los despiertos y porque no pasábamos mucho tiempo hablando en el mundo de los despiertos en estos días, pero al igual que cualquier uso del espíritu, era un continuo riesgo para mi salud mental. Eso le preocupaba mucho, pero lo consideraba una cosa pequeña para estar con ella.

─No hay argumentos ─le advertí─. Quiero saber cómo van las cosas. Y yo sé que quieres saber cómo van las cosas para mí.

—Adrian…

—Seré breve —prometí.

Aceptó reacia, sin parecer contenta para nada, y la acompañé a la puerta. Mientras cortábamos a través de la sala, se detuvo en un pequeño terrario dispuesto cerca de la ventana. Sonriendo, se arrodilló y golpeteó el cristal. Dentro había un dragón.

No, en serio. Técnicamente, era llamado callistana, pero raramente usábamos ese término. Por lo general lo llamábamos Hopper. Sidney lo había convocado desde algún reino demoníaco como una especie de ayudante. En su mayor parte él parecía querer ayudarnos comiendo la comida chatarra de mi apartamento. Ella y yo estábamos unidos a él, y para mantener su salud, teníamos que turnarnos para estar con él. Desde que Zoe se había mudado, sin embargo, mi hogar se había convertido en su residencia principal. Sydney levantó la tapa del tanque y dejó que la pequeña criatura escamosa y dorada se escurriera en su mano. La mirada de él se elevó hacia ella con idolatría, y no pude culparlo por ello.

—Ha estado afuera por un tiempo —dijo ella—. ¿Listo para tomarte un descanso? —Hopper podía existir en esta forma viviente o ser transformado en una pequeña estatua, lo que ayudaba a evitar preguntas incómodas cuando venían personas. Sin embargo, solo ella podía transformarlo.

—Sí. Sigue intentando comerse mis pantalones. Y no quiero que me vea darte un beso de despedida.

Ella le hizo unas suaves cosquillas en la barbilla y dijo las palabras que lo volvieron una estatua. La vida ciertamente era más sencilla de esa manera, pero nuevamente, su salud requería que saliera de vez en cuando. Eso, y el pequeño sehabía ganado mi cariño.

—Me lo llevaré por un tiempo —dijo ella, deslizándolo en su bolso. Incluso si estaba inerte, seguía beneficiándose de estar cerca de ella.

Libre de su miradita de ojos brillantes, le di un largo beso de despedida, uno que estuve reacio de dejar que terminara. Ahuequé su rostro entre mis manos.

—Plan de escape número diecisiete —le dije—. Escapa y abre un puesto de jugo en Fresno.

—¿Por qué Fresno?

—Suena como el tipo de lugar en el que las personas beben mucho jugo.

Ella sonrió y la volví a besar. Los “planes de escape” eran una broma corriente entre nosotros, siempre exageradas y dichas sin ningún orden en particular. Por lo general, las inventaba allí mismo. Lo que era triste, sin embargo, era el hecho de que no eran más que pensamientos que algún plan real que tuviéramos. Éramos penosamente conscientes de que estábamos viviendo en el ahora, con un futuro que no era otra cosa más que poco claro.

Romper ese segundo beso fue también difícil, pero finalmente ella lo logró, y la observé alejarse. Mi apartamento parecía más mortecino en su ausencia.

Traje el resto de las cajas de mi auto y escudriñé a través de los tesoros del interior. La mayoría de los álbumes eran de los sesenta y setenta, con algo de los ochenta aquí y allá. No estaban organizados, pero no hice ningún intento al respecto. Una vez que Sydney superara su postura de que eran un derroche, no sería capaz de evitarlo y terminaría clasificándolos por artista o género o color. Por ahora, instalé el tocadiscos en mi sala y saqué un álbum al azar:Machine Head de Deep Purple.

Tenía unas horas más por delante antes de la cena, por lo que me encaramé frente a un gabinete, mirando fijamente el lienzo en blanco mientras intentaba decidirme cómo lidiar con mi actual asignación de pintura avanzada al óleo: un autorretrato. No tenía que ser exactamente igual. Podía ser abstracto. Podía ser cualquier cosa, siempre y cuando me representara. Y estaba perplejo. Podía pintar cualquier otra cosa que conociera. Quizás no podía capturar la mirada exacta de embeleso que Sydney tenía en mis brazos, pero podía pintar su aura o el color de sus ojos. Podía pintar el melancólico y frágil rostro de mi amiga Jill Mastrano Dragomir, una joven princesa Moroi. Pude haber pintado una rosa en llamas en tributo a mi ex-novia, la que había rasgado mi corazón pero sin embargo consiguió hacer que la admirara.

¿Pero yo? No sabía que hacer de mí. Quizás era simplemente un bloqueo artístico. Quizás no me conocía. A la vez que miraba el lienzo, mi frustración fue en aumento, tenía que luchar contra la necesidad de ir a mi abandonado aparador de licores y servirme un trago. El alcohol no necesariamente conducía al mejor arte, pero por lo general inspiraba algo. Ya podía prácticamente saborear el vodka. Podía mezclarlo con jugo de naranja y fingir que estaba siendo saludable. Mis dedos se crisparon, y mis pies casi me llevaron a la cocina, pero me resistí. La sinceridad en los ojos de Sydney ardió a través de mi mente, y me volví a enfocar en el lienzo. Podía hacerlo, sobrio. Le había prometido que tendría solo una bebida al día, y sería fiel a eso. Y por el momento, esa única bebida era necesaria al final del día, cuando estaba listo para irme a dormir. No dormía bien. Nunca he dormido bien en toda mi vida, por lo que usaba cualquier ayuda que pudiera conseguir.

Sin embargo mi seria resolución no resultó en inspiración, y cuando las cinco llegaron, el lienzo permanecía desnudo. Me puse de pie y estiré las retorceduras de mi cuerpo, sintiendo un regreso de esa oscuridad de más temprano. Era más hambrienta que triste, unida a la frustración de no ser capaz de hacer esto. Mi profesor de arte aseguraba que yo tenía talento, pero en momentos como estos, me sentía como el holgazán que la mayoría de las personas decían que era, destinado a una vida de fracasos. Fue especialmente depresivo cuando pensé en Sydney, quien tenía conocimientos acerca de todo y podía distinguirse en cualquier carrera que quisiera. Poniendo a un lado el problema humano-vampiro, tenía que preguntarme qué podía ofrecerle. Ni siquiera podía pronunciar la mitad de las cosas que le interesaban, dejándola discutirlas a solas. Si alguna vez conseguíamos un mínimo de normalidad juntos, ella estaría afuera pagando las facturas mientras que yo me quedaría en casa y limpiaría. Y ni siquiera era bueno en eso tampoco. Si ella simplemente quisiera venir a casa en la noche a agradar a la vista con su corte de cabello, probablemente haría eso razonablemente bien.

Sabía que estos temores corroyéndome estaban siendo incrementados por el espíritu. No todos ellos eran reales, pero eran difíciles de quitar de encima. Dejé el arte y salí al exterior por mi puerta, esperando encontrar distracción en la noche que se avecinaba. El sol afuera se estaba poniendo, y las tardes invernales de Palm Springs apenas requerían una ligera chaqueta. Era el momento favorito de la tarde para los Moroi, cuando todavía había luz pero no la suficiente para resultar incómoda. Podíamos soportar algo de luz de sol, no como los Strigoi, los vampiros no muertos que mataban por sangre. La luz del sol los destruía, lo cual era una ventaja para nosotros. Necesitábamos toda la ayuda que pudiéramos conseguir en nuestra lucha contra ellos.

Conduje a Vista Azul, un barrio residencial a solo diez minutos de distancia del centro que hospedaba a la Preparatoria Amberwood, el colegio privado al que Sydney y el resto de nuestro diverso grupo asistía. Sydney normalmente era la conductora designada del grupo, pero esa noche ese dudoso honor había recaído en mí mientras ella se apresuraba a su reunión clandestina con el aquelarre. Todo el grupo estaba esperando en el bordillo afuera del dormitorio de las chicas cuando me detuve. Inclinándome por encima del asiento del pasajero, abrí la puerta.

—Todos a bordo —dije.

Todos se amontonaron. Había cinco de ellos ahora, además de mí, llevándonos al siete de la suerte, si Sydney hubiera estado allí. Cuando habíamos llegado a Palm Springs, habíamos sido solo cuatro. Jill, la razón por la que todos estábamos allí, se movió a un lado detrás de mí y me lanzó una sonrisa.

Si Sydney era la principal fuerza tranquilizante de mi vida, Jill era la segunda. Ella solamente tenía quince, siete años más joven que yo, pero había una gracia y sabiduría que irradiaba de ella desde ya. Sydney podría ser el amor de mi vida, pero Jill me entendía de una manera que nadie más podía. Era difícil que no me entendiera con ese vínculo psíquico. Había sido forjado cuando usé el espíritu para salvar su vida el año pasado, y cuando digo “salvar”, lo digo en serio. Jill técnicamente había estado muerta, solo menos de un minuto, pero muerta no obstante.

Había usado el poder del espíritu para llevar a cabo un milagroso calor de sanación y traerla de regreso antes de que el mundo del más allá pudiera reclamarla. Ese milagro nos había unido con una conexión que le permitía sentir y ver mis pensamientos, aunque no funcionaba a la inversa.

Las personas que eran traídas de esa manera eran llamadas “besadas por la sombra”, y simplemente eso bastaría para arruinar a cualquier chico. Jill tuvo la desgracia añadida de ser una de las dos personas que quedaban de una línea agonizante de la realeza Moroi. Esas eran noticias recientes para ella, y su hermana, Lissa —la reina Moroi y una buena amiga mía— necesitaba a Jill con vida con el fin de aferrarse a su trono. Aquellos que se oponían al mandato liberal de Lissa querían a Jill muerta, a fin de invocar una antigua ley familiar requiriendo que el monarca tenga un miembro de la familia con vida. Y fue así como a alguien se le ocurrió la cuestionable idea de enviar a Jill a esconderse en el medio del desierto en una ciudad humana. Porque en serio, ¿qué vampiro querría vivir aquí? Era sin duda alguna, una pregunta que me había hecho a menudo.

Los tres guardaespaldas de Jill se subieron al asiento trasero. Todos eran Dhamphirs, una raza nacida de la herencia mezclada de vampiros y humanos desde el momento en que nuestras razas compartieron amor libre. Eran más rápidos y fuertes que el resto de nosotros, haciendo que sean los guerreros ideales en la batalla contra los Strigoi y los asesinos reales. Eddie Castile era el líder de facto del grupo, una roca fiable que había estado con Jill desde el principio. Angeline Dawes, la fiera pelirroja, era un poco menos confiable. Y por “menos confiable”, me refiero a “para nada”. Aunque era una matona en las peleas. La más reciente adición al grupo era Neil Raymond, también conocido como Alto, Apropiado, y Aburrido. Por razones que no entendía, Jill y Angeline parecían pensar que su conducta de no sonreír era una señal de carácter noble. El hecho de que había ido a la escuela en Inglaterra y había tomado un leve acento británico parecía encender especialmente el estrógeno.

El último miembro de la fiesta se hallaba de pie afuera del auto, negándose a entrar. Zoe Sage, la hermana de Sydney,

Se inclinó hacia adelante y me miró a los ojos con unos marrones muy parecidos a los de Sydney, pero con menos dorado.

—No hay espacio —dijo ella—. Tu autono tiene suficientes asientos.

—No es cierto —le dije. En el preciso momento, Jill se movió más cerca de mí—. Este asiento está destinado a soportar a tres. El último propietario incluso lo equipó con un cinturón de seguridad adicional. —Aunque eso era más seguro para los tiempos modernos, Syney casi había tenido un ataque cardíaco respecto a alterar el Mustang de su estado original—. Además, todos somos familia, ¿cierto? —Para tener un fácil acceso el uno con el otro, habíamos hecho creer a Amberwood que todos éramos hermanos o primos. Cuando Neil llegó, sin embargo, los alquimistas finalmente se dieron por vencidos de hacerlo un pariente ya que el asunto se estaba volviendo un poco ridículo.

Zoe se quedó mirando el lugar vacío por varios segundos. Incluso aunque el asiento era realmente largo, todavía había que conseguir que se sintiera cómoda con Jill. Zoe había estado en Amberwood por un mes pero estaba llena de todos los complejos y prejuicios que su gente tenía alrededor de los vampiros y dhampirs. Los conocía bien porque la misión de los alquimistas era mantener al mundo de los vampiros y lo sobrenatural oculto de sus prójimos humanos, quienes temían no serían capaces de manejarlo. Los alquimistas estaban inclinados a la creencia de que los miembros de mi tipo eran partes perversas de la naturaleza y los mantenían separados de los humanos, para evitar que nosotros los corrompiéramos con nuestra maldad. Ellos nos ayudaban de mala gana y nosotros éramos útiles en una situación como la de Jill, cuando los arreglos de las autoridades humanas y autoridades escolares necesitaban unirse detrás de escena. Así fue como Sydney había sido originalmente arrastrada, para facilitar las cosas a Jill y su exilio, ya que los alquimistas no querían una guerra civil de Morois. Zoe había sido enviada recientemente como una aprendiz y se había convertido en un enorme dolor en el trasero para esconder nuestra relación.

—No tienes que ir si estás asustada —dije. Probablemente no había nada que pudiera decir que la motivara más. Ella estaba determinada en convertirse en una súper alquimista, en gran parte para impresionar al padre Sage, quien, yo había concluido después de muchas historias, era una completo idiota.

Zoe tomo un profundo respiro y se armó de valor. Sin ninguna otra palabra, ella subió al lado de Jill y cerró la puerta, apretándose a esta lo más cerca posible.

—Sydney debió haber dejado la SUV —murmuró un poco después.

—¿Dónde está Sage, de todos modos? Er, la Sage adulta —corregí, saliendo de la entrada de la escuela—. No que no me guste hacer de chofer de ustedes chicos. Debiste traerme un pequeño sombrero negro, Jailbait. —Le di un codazo a Jill, y ella me empujo de regreso—. Podrías coser algo así en tu club de costura.

—Ella está fuera haciendo un proyecto para la Sra. Terwilliger —dijo Zoe desaprobadoramente—. Siempre está haciendo algo para ella. No entiendo porque la investigación de historia quita tanto tiempo.

Poco sabía Zoe que dicho proyecto involucraba a Sydney siendo iniciada en el aquelarre de su profesora. La magia humana todavía era algo misterioso para mí —y una total censura para los alquimistas— pero Sydney aparentemente era natural. No fue una sorpresa, viendo como es natural en todo. Ella superó sus temores con respecto a eso, justo como lo hizo por mí, y ahora estaba completamente inmersa en aprender el negocio de su chiflada pero aun así encantadora mentora, Jackie Terwilliger. Decir que a los alquimistas no les gustaría eso era un eufemismo. De hecho, realmente era como lanzar la moneda y ver qué lado los molestaría más: aprender las arcanas artes de besarse con un vampiro. Sería casi divertido, si no fuera por el hecho de que me preocupaba lo que le pudieran hacer los fuertes fanáticos alquimistas a Sydney si alguna vez la atrapaban. Era el por qué el hecho de que Zoe estuviera detrás de ella todo el tiempo lo hacía más peligroso.

—Porque es Sydney —dijo Eddie desde el asiento trasero. En el retrovisor, pude ver una sonrisa tranquila en su rostro, aunque siempre había una perpetua dureza en sus ojos mientras él escaneaba al mundo por peligro. Él y Neil habían sido entrenados por los guardianes, la organización dhampir patea traseros que protegía a los Moroi—. Y dar el cien por ciento a una tarea es holgazanear para ella.

Zoe sacudió la cabeza, no tan entretenida como el resto de nosotros.

—Solo es una estúpida clase. Ella solo necesita pasar.

No, pensé. Ella necesita aprender. Sydney no solo aprendía por el bien de su vocación. Lo hacía porque lo amaba. Y lo que amaría más que nada era perderse en las angustias académicas de la universidad, donde podía aprender lo que quisiera. En lugar de eso, había nacido para seguir el trabajo de su familia, lanzarse cuando los alquimistas le ordenaban nuevas asignaciones. Ella ya se había graduado de la escuela pero trataba este segundo último año tan en serio como el primero, ansiosa de aprender lo que sea que pudiera.

Algún día, cuanto todo esto termine, y Jill esté a salvo, nos alejaremos de todo. No sabía a donde, y no sabía cómo, pero Sydney resolvería la logística. Ella escaparía del dominio de los alquimistas y se convertiría en la Dra. Sydney Sage, Doctora en Filosofía, mientras yo… bueno, hacía algo.

Sentí una pequeña mano sobre mi brazo y miré brevemente abajo para ver a Jill mirando con comprensión hacia mí, sus ojos color jade brillando. Ella sabía lo que estaba pensando, sabía sobre las fantasías que regularmente tenía. Le di una débil sonrisa de regreso.

Manejamos a través de la ciudad, luego los alrededores de Palm Springs a la casa de Clarence Donahue, el único Moroi lo suficientemente tonto para vivir en este desierto hasta que mis amigos y yo nos apareciéramos el otoño pasado. El viejo Clarence era más o menos un chiflado, pero lo suficiente amable que dio la bienvenida a un grupo de Moroi y dhampirs y nos permitía usar su alimentador/ama de llaves. Los Moroi no teníamos que asesinar por sangre como lo hacían los Strigoi, pero si necesitábamos beberla al menos un par de veces a la semana. Afortunadamente, habían muchos humanos en el mundo felices de proveerla a cambio de pasar una vida estimulados por la endorfinas que provocaba la mordida de un vampiro.

Encontramos a Clarence en la sala, sentado en su enorme silla de cuero y usando una enorme lupa para leer algún libro antiguo. Él miro arriba sobresaltado a nuestra entrada.

—¡Aquí en un día jueves! Que agradable sorpresa.

—Es viernes, Sr. Donahue —dijo Jill gentilmente, inclinándose para besar su mejilla.

Él la miró con un ceño.

—¿Lo es? ¿No estabas aquí justo ayer? Bueno, no importa. Dorothy, estoy seguro, estará feliz de recibirlos.

Dorothy, su anciana ama de llaves, lucía muy feliz. Ella se sacó la lotería cuando Jill y yo llegamos a Palm Springs. Los Moroi más viejos no bebían tanta sangre como los jóvenes, y mientras Clarence todavía podía proveer la ocasional euforia, las visitas frecuentes de Jill y yo proveían unas más constante para ella.

Jill se apresuró hacia Dorothy.

—¿Puedo ir ahora? —La mujer de edad asintió entusiasmadamente, y las dos dejaron la habitación para ir un espacio más privado. Una mirada de desagrado cruzó por el rostro de Zoe, aunque no dijo nada. Ver su expresión y la manera en que ella se sentaba lejos de todos era tan parecido a Sydney en los viejos tiempos, que casi sonreí.

Angeline prácticamente estaba saltando arriba y abajo en el sofá.

—¿Qué hay para cenar? —Ella tenía un inusual acento sureño por crecer en una comunidad rural en la montaña, ahí había Morois, dhampirs, y humanos que eran los únicos que conocía vivían libremente juntos y casados entre ellos. Todos los demás en sus respectivas razas los miraban con un tipo de horror mezclado con fascinación. Tan atractivo como era eso de liberal, vivir con ellos nunca había cruzado por mi mente en mis fantasías con Sydney. Odiaba los campamentos.

Nadie respondió. Angeline miro de rostro en rostro.

—¿Bueno por qué no hay comida aquí? —Los dhampirs no bebían sangre y podían comer comidas regulares como lo hacían los humanos. Los Moroi también necesitábamos ese tipo de comida, aunque casi no lo necesitábamos en la misma cantidad. Tomaba mucha energía mantener activo ese metabolismo dhampir encendido.

Estas reuniones regulares se habían convertido más o menos como en una cena familiar, no solo por sangre sino también para comida regular. Era una buena manera de pretender que vivíamos vidas normales.

—Aquí siempre hay comida. —Señaló en caso de que nunca lo notáramos—. Me gusto esa comida india que tuvimos el otro día. Esa cosa masala o lo que sea. Pero no sé si deberíamos ir más allá hasta que empiecen a llamarlo comida típica americana. No es muy cortés.

—Sydney usualmente se encarga de la comida —dijo Eddie, ignorando la familiar y entrañable tendencia de Angeline para salirse por la tangente.

—No usualmente —corregí—. Siempre.

La mirada de Angeline se movió a Zoe.

—¿Por qué no nos llevaste a recoger algo de comer?

—¡Porque ese no es mi trabajo! —Zoe alzó en lo alto su cabeza—. Estamos aquí para mantener la cubierta de Jill y asegurarnos que ella se mantenga fuera del radar. No es mi trabajo alimentarlos chicos.

—¿En qué sentido? —pregunté. Sabía perfectamente que esa era una cosa desagradable para decirle pero no pude resistirme. Le tomó un momento entender el doble significado. Al principio, palideció, luego se puso roja de rabia.

—¡Ninguna! No soy su mayordomo. Y Sydney tampoco. No sé porque ella siempre se encarga de esas cosas por ustedes. Debería solo estar lidiando con cosas que son esenciales para su supervivencia. Ordenar pizza no es una de ellas.

Fingí un bostezo y me incliné de regreso al sofá.

—Quizá ella se dio cuenta que si estábamos bien alimentados, ustedes dos no lucirían tan apetecibles.

Zoe estaba muy horrorizada para responder, y Eddie me lanzó una mirada seca.

—Suficiente. No es tan difícil ordenar pizza. Yo lo haré.

Jill estaba de regreso para el momento que él terminó de llamar, con una mirada divertida en su rostro. Ella aparentemente presenció el intercambio. El vínculo no siempre estaba activo, pero parecía estar fuerte hoy. Con el dilema de la comida resuelto, en realidad manejamos caer en una sorprendente camaradería, bueno, todos excepto Zoe, quien solo observaba y esperaba. Las cosas fueron inesperadamente cordiales entre Angeline y Eddie, a pesar de una reciente y desastrosa contienda de citas. Ella siguió adelante y ahora pretendía estar obsesionada con Neil. Si Eddie todavía estaba dolido, no lo mostraba, pero eso era típico de él. Sydney decía que secretamente él estaba enamorado de Jill, algo más en lo que era bueno ocultándolo.

Yo podía aprobar eso, pero Jill, como Angeline, pretendía que estaba enamorada de Neil. Todo era un acto por parte de ambas chicas, pero nadie —ni siquiera Sydney— me creía.

—¿Estás bien con lo que ordenamos? —le preguntó Angeline a él—. No hiciste ninguna sugerencia.

Neil sacudió la cabeza, con el rostro estoico. Él mantenía su cabello oscuro en un doloroso, y eficiente corte bajo. Era el tipo de cosa sin sentido que los alquimistas amarían. 
 
—No puedo perder tiempo por cosas triviales como pepperoni y champiñones. Si hubieses ido a mi escuela en Devonshire, entenderías. Para una de mis clases de segundo año, nos dejaron solos en los páramos para defendernos nosotros mismos y aprender habilidades de supervivencia. Pasas tres días comiendo ramitas y brezales, y entonces aprendías a no discutir sobre ningún tipo de comida que te dieran.

Angeline y Jill murmuraron en admiración como si eso fuera la cosa más fuerte, y masculina, que hubiesen escuchado. Eddie tenía una expresión que reflejaba lo que yo sentía, desconcierto sobre si este sujeto era tan serio como parecía o solo un tipo con elocuencia.

El teléfono de Zoe sonó. Ella miro a la pantalla alarmada.

—Es papá. —Sin una mirada atrás, ella respondió y salió de la habitación.

Yo no era de los que tenía premoniciones, pero un escalofrío recorrió mi espalda. El papá de Sage no era del tipo cálido y amistoso que llamaba para decir hola durante horas de trabajo, cuando sabía que Zoe estaba haciendo cosas de alquimistas. Si algo pasaba con ella, algo pasaba con Sydney. Y eso me preocupaba.

Apenas presté atención al resto de la conversación mientras contaba los segundos hasta que Zoe regresara. Cuando finalmente lo hizo, su rostro pálido me dijo que estaba en lo cierto. Algo malo había pasado.
 
—¿Qué es? —demandé—. ¿Sydney está bien? —Muy tarde me di cuenta que no debí haber mostrado ninguna preocupación por Sydney. Ni siquiera nuestros amigos sabían de ella y de mí. Afortunadamente, toda la atención estaba en Zoe.

—Yo… no lo sé. Son mis padres. Se van a divorciar.