CAZADORES DE SOMBRAS 5. CIUDAD DE LAS ALMAS PERDIDAS
- UNA OSCURA TRANSFORMACIÓN -
Era un bar muy pequeño situado en una
calle estrecha y empinada de una ciudad amurallada llena de sombras.
Jonathan Morgenstern llevaba sentado a la barra del bar al menos un
cuarto de hora, tomando una copa, cuando se levantó y bajó la larga y
desvencijada escalera que conducía al club. El sonido de la música
parecía querer abrirse camino hacia arriba a medida que él bajaba: podía
notar que la madera vibraba bajo sus pies.
El lugar estaba lleno de cuerpos que se
retorcían y de un humo que lo disimulaba todo. Era el tipo de local
por el que solían merodear demonios. Lo que lo convertía a su vez en el
tipo de local que frecuentaban los cazadores de demonios.
El humo de colores recorría el aire
dejando tras de sí un vago aroma a ácido. Las paredes del club estaban
cubiertas de grandes espejos. En ellos se vio a sí mismo atravesar la
sala. Una esbelta figura vestida toda de negro, con el pelo igual que el
de su padre, blanco como la nieve. Por la humedad, el calor y la
ausencia de aire, notaba la camiseta empapada en sudor pegada a su
espalda. Un anillo de plata brillaba en su mano derecha mientras ojeaba
la estancia en busca de su presa.
Allí estaba, en la barra, como si intentara mezclarse con los mundanos.
Un chico. De unos diecisiete.
Un cazador de sombras.
Sebastian Verlac.
A Jonathan no le interesaba la gente de
su edad —si había algo más aburrido que los adultos, eran los demás
adolescentes— pero Sebastian Verlac era distinto. Jonathan lo había
escogido, especial y específicamente del mismo modo en que ciertas
personas elegirían un traje caro hecho a medida.
Jonathan caminó lentamente hacia él,
dándose tiempo para estudiar al chico. Había visto fotografías, claro,
pero la gente siempre resulta diferente en persona. Sebastian era alto,
de la misma estatura que el propio Jonathan, y ambos compartían una
constitución esbelta. Seguro que su ropa le quedaría perfecta. De pelo
oscuro (Jonathan tendría que teñírselo, lo cual sería un engorro, pero
no imposible). Sus ojos eran negros también, y sus rasgos, aunque
irregulares, formaban un todo armónico: irradiaba una especie de carisma
amigable que lo hacía atractivo. Su aspecto dejaba entrever lo poco que
le costaría confiar en alguien, o sonreír.
Parecía bobo.
Jonathan se acercó a la barra y se apoyó en ella. Se volvió hacia el chico para que éste pudiera ver cómo lo observaba.
—Bonjour.
—Hola —respondió Sebastian en inglés,
la lengua de Idris, aunque con un leve acento francés. Tenía los ojos
entrecerrados. Parecía contrariado al saberse observado, como si se
estuviera preguntando la naturaleza de Jonathan: ¿un camarada cazador de
sombras, o tal vez un brujo sin ningún rasgo reconocible?
«Algo perverso se avecina —pensó Jonathan— y ni siquiera te das cuenta.»
—Te enseñaré el mío si tú me enseñas el tuyo —sugirió, con
una sonrisa. Podía verse sonreír en el mugriento espejo situado sobre la barra.
Sabía que la forma en que la sonrisa iluminaba su rostro lo hacía casi irresistible.
Su padre lo entrenó durante años para que pudiera sonreír así, como un humano.
La mano de Sebastian se tensó al agarrar la barra.
—Yo no...
Jonathan sonrió aún más y le tendió su mano para mostrarle
la runa Voyance que tenía en el dorso. Sebastian expiró aliviado y sus ojos
brillaron con complicidad, como si cualquier cazador de sombras fuese un
camarada y un amigo en potencia.
—¿Vas tú también camino de Idris? —le preguntó Jonathan.
Mantuvo en todo momento un tono profesional, como si soliera estar en continuo
contacto con la Clave.
Otro cazador de sombras dedicado a proteger a los inocentes.
¡Nunca se cansaba de aquello!
—Así es —respondió Sebastian—. Represento al Instituto de
París. Soy Sebastian Verlac, por cierto.
—Ah, un Verlac. Una gran y antigua familia. —Jonathan aceptó
su mano y le dio un firme apretón—. Andrew Blackthorn —dijo sin pestañear—. Del
Instituto de Los Ángeles, originariamente, pero llevo un tiempo estudiando en
Roma. Pensé que podría venirme aquí a echar un vistazo.
Había investigado a la familia Blackthorn, una gran estirpe,
y sabía que éstos y los Verlac no habían coincidido en la misma ciudad al menos
durante los últimos diez años. Estaba seguro de que no le costaría responder a
un nombre falso: nunca le costaba. Tampoco es que se sintiera demasiado ligado
a su nombre real, quizá porque siempre había sabido que no le pertenecía
solamente a él.
El otro Jonathan se había criado en una casa no muy lejos de
la suya, una que su padre solía visitar. El pequeño ángel de papá.
—Hacía mucho que no
veía a otro cazador de sombras —continuó Sebastian. Llevaba un rato hablando,
pero Jonathan se había olvidado de prestarle atención—. Qué alegría encontrarte
aquí. Es mi día de suerte.
—Debe de serlo —murmuró Jonathan—. Aunque no todo se debe a
la suerte, claro. Supongo que has oído algo sobre un demonio Eluthied que
merodea por aquí.
Sebastian sonrió, tomó un último trago de su vaso y luego lo
dejó sobre la barra.
—Cuando lo matemos, tomaremos una copa para celebrarlo.
Jonathan asintió con la cabeza e intentó parecer muy
concentrado en buscar demonios por la sala. Estaban codo con codo, como un par
de compañeros de armas. Estaba resultando tan fácil que casi le pareció
aburrido: todo lo que había tenido que hacer era aparecer por allí, y aquí
tenía a Sebastian Verlac ofreciéndosele como un cordero que se clava él mismo
una espada afilada en el cuello. ¿Quién confiaba en cualquier extraño de ese
modo? ¿Quién hacía amigos así de rápido?
Nunca había jugado limpio con los demás. Claro que nunca se
le había brindado la oportunidad; su padre los había mantenido a él y al otro
Jonathan separados. Un chico con sangre de demonio y otro con sangre de ángel:
críalos a ambos como propios y a ver cuál de los dos hace enorgullecer a papá.
El otro chico había fallado una prueba cuando era más joven
y lo habían enviado fuera. Eso era todo lo que Jonathan sabía. Él en cambio
había superado todas las pruebas que su padre le había propuesto. Quizá las
había superado en exceso, demasiado bien, sin cometer un solo error, sin
inmutarse ante la cámara de aislamiento, los animales, el látigo o la caza.
Jonathan discernía una sombra en los ojos de su padre de vez en cuando, no
sabía si de pena o de duda.
Pero ¿qué podía apenarlo? ¿Qué le hacía dudar? ¿No era
Jonathan el guerrero perfecto? ¿No era todo lo que su padre había querido que
fuera?
Los humanos eran muy complicados.
A jonathan nunca le habia gustado la idea del otro Jonathan, de que su padre tuviera otro chico, otro que le hiciera sonreir a veces sin que un atisbo de sombra en sus ojos.
Una vez, Jonathan cortò por las rodillas uno de los muñecos con los que practicaba lucha, y se divirtiò enseñàndosecon èl un dìa entero: estrangulàndolo, destripàndolo y abrìendolo en canal del cuello al ombligo. Cuando su padre le preguntò por què le habìa cortado parte de las piernas, Jonathan le dijo que querìa saber què se sentìa matando a un chico de su propia estatura.
- Disculpa, pero ahora no lo recuerdo -dijo Sebastian, quien por desgracia resultò ser bastante hablador-. ¿Cuantos sois en tu familia?
-Oh, somos una gran familia -contestò Jonatjan-. Ocho en total. Tengo cuatro hermanos y tres hermanas.
Los Blackthorn erna, en efecto, ocho: la investigaciòn de Jonathan habìa sido exhaustiva. No lo graba imaginarse còmo serìa convivir con tante gente, con tanto desorden. Jonathan tenìa una hermana, aunque no la conocìa.
Su padre le contò que si madre se habìa marchado cuando èl era un bebè. Estaba embarazada de nuevo e inexplicablemente triste y desolada porque no querìa que su nuevo retoño fuera mejorado. Pero escapò demasiado tarde: Padre ya se habìa encargado de que Clarissa tuviese poderes angèlicos.
Hacía tan sólo unas semanas, Padre había conocido a Clarissa por primera
vez, y en su segundo encuentro Clarissa había demostrado que sabía
utilizar sus poderes. Había enviado el barco de su padre al fondo del
océano.
Una vez él y Padre controlaran y transformaran a los cazadores de sombras, echaran a perder su orgullo y su ciudad, Padre había decidido que Madre, el otro Jonathan y Clarissa vivirían con ellos.
Jonathan despreciaba a su madre por haberse escapado. Y su único interés en el otro Jonathan se debía a que le permitiría demostrar cuán superior le era: él era el verdadero hijo de Padre, su hijo de sangre, y su sangre tenía toda la fuerza de los demonios y del caos.
Pero le interesaba Clarissa.
“Clarissa nunca había decidido abandonarlo. Se la habían llevado y
obligado a crecer entre mundanos, de todas las asquerosas criaturas
posibles. Seguro que sabía que era distinta a todos los que la rodeaban,
que estaba destinada a un futuro mejor, con todo su poder y su
extrañeza latentes bajo su piel.
Debió de sentir que no había otra criatura como ella en el mundo.
Tenía una parte de ángel, como el otro Jonathan, no la sangre infernal que recorría sus venas. Él era realmente la hijo de su padre, fortalecido y forjado por los fuegos del infierno. Clarissa también era realmente hija de su padre, y ¿quién podría deducir los efectos de la extraña combinación entre la sangre de Padre y el poder del cielo que corría por sus venas? Quizá no fuera tan diferente a él.
La idea le entusiasmaba de una forma desconocida. Clarissa era su hermana; no le pertenecía a nadie más. Era suya. Lo sabía porque, aunque no soñaba muy a menudo (soñar era cosa de humanos), cuando su padre le explicó que su hermana había hundido su barco, soñó con ella.
Jonathan soñó con una chica caminando sobre las olas, su cabello era como una humareda escarlata alrededor de los hombros, enredándose y desenredándose en el viento indomable. Todo estaba oscuro, estaban en medio de una tormenta, y el mar embravecido mostraba restos de lo que había sido un barco y cuerpos que flotaban boca abajo. Ella los miraba con sus fríos ojos verdes y no sentía ningún miedo.
Clarissa lo había hecho: sembrar la destrucción como él mismo haría. En el sueño, se sentía orgulloso de ella. Su hermanita.”
"Y en el sueño reìan juntos de todo el precioso desastre ocasionado a su alrededor. Estaban suspendidos sobre el mar; no podìa herirlos, ya que la destrucciòn era su elemento. Clarissa metìa en el agua sus manos, tan blancas como la luz de la luna. Al sacarlas estaban mancahdas, y asì se dio cuanta de que los mares eran de sangre.
Cuando Jonathan despertò de su sueño todavìa sonreìa.
Llegando el momento, habìa dicho Padre, estarìan juntos, todos juntoos. Jonathan debìa esperar.
Pero no se le daba demasiado bien esperar.
-Tienes una expresiòn muy extraña -dijo Sebastian Verlac con voz clara y chillona, elevàndola por encima del ruido de la mùsica, al oìdo de Jonathan.
Jonathan se acercò a el y le susurrò a su vez:
-Detràs tuyo. Demonio. A las cuatro.
Sebastian Verlac se volviò y el demonio, en forma de mujer de negra y abundante cabellera, se separò bruscamente del muchacho con el que estaba conversando y se escabullò entre la multitud. Jonathan y Sebastian lo siguieron hasta una puerta trasera en la que podìa leerse SORTIE DE SECOURS en destartaladas letras rojas y blancas.
La puerta conducìa a un callejòn, que el demonio se apresuraba en atravesar para perderles la pista.
Jonathan saltò, tomò impulso en la pared de ladrillos contigua y usò la fuerza de su rebote para abalanzarse sobre la cabeza del demonio. Lo capturò al vuelo, espada rùnica en mano; oyò el silbido provocado al atravesar el aire."
"El demonio lo observó boquiabierto. La cara de mujer empezaba a
deshacerse, y Jonathan vio aparecer sus verdaderas facciones: ojos de
araña y boca con colmillos abierta de par en par. No le disgustaba. El
líquido viscoso que corría por las venas de esa criatura también
recorría las suyas.
Tampoco le inspiraba piedad. Mientras sonreía a Sebastian por encima
del hombro del demonio, lo atravesó con su espada. Lo abrió en canal
como había hecho antaño con el muñeco, del cuello al ombligo. Un grito
descarnado resonó en el callejón al tiempo que el demonio se desvanecía,
dejando tras de sí unas pocas gotas de sangre negra salpicadas en el
pavimento.
—Por el Ángel —susurró Sebastian Verlac.
Miraba a Jonathan por encima de la sangre y el vacío entre ambos, con
la cara pálida. Jonathan casi se alegró de ver que era lo
suficientemente sensato como para estar asustado.
Pero no era así. Sebastian Verlac siguió sin darse cuenta de nada hasta el final."
—¡Eres increíble! —exclamó
Sebastian con la voz rota pero llena de admiración—. ¡Nunca he visto a
nadie moverse tan rápido! Alors, tienes que enseñarme a moverme así. En
la vida he visto nada parecido a lo que acabas de hacer.
—Me encantaría ayudarte —dijo Jonathan—, pero por desgracia debo
marcharme en seguida. Mi padre me necesita, ¿sabes? Tiene planes. Y no
puede llevarlos a cabo sin mí.
Sebastian parecía decepcionado, por absurdo que resulte.
—Oh, vamos, no me digas que te vas a ir —le dijo con voz persuasiva—.
Cazar contigo ha sido divertidísimo, mon pote. Tenemos que volver a
hacerlo algún día.
—Me temo —respondió Jonathan con la mano en la empuñadura de su arma— que no va a ser posible.
Sebastian no pareció demasiado sorprendido cuando Jonathan se
abalanzó sobre él para matarlo. Notar la espada desgarrando la garganta
de Sebastian y su sangre caliente desparramándose entre sus dedos
hicieron reír a Jonathan.
No sería conveniente que encontraran el cuerpo de Sebastian antes de
tiempo, estropearía todo el juego, así que Jonathan lo acarreó por las
calles como si estuviera acompañando a casa a un amigo que había bebido
demasiado.
En realidad no había tanta distancia hasta el pequeño puente que atravesaba el agua, débil como una verde filigrana o como huesos infantiles y mohosos. Empujó el cadáver hacia un lado y lo observó adentrarse en las aguas negras con un ligero sonido.
El cuerpo se hundió sin dejar rastro, y ya se había olvidado de él antes incluso de que se hubiera hundido del todo. Vio los dedos curvarse con la corriente, como si volvieran a la vida e intentaran pedir ayuda, o al menos una explicación, y recordó su sueño: su hermana y un mar de sangre. El agua le había salpicado al caer el cuerpo al agua, había mojado sus mangas como símbolo de su bautismo con un nuevo nombre. Ahora era Sebastian.
Fue paseando desde el puente hacia el barrio viejo de la ciudad, en el que se veían farolillos que escondían bombillas eléctricas, más decorado para los turistas. Se dirigía al hotel en el que se alojaba Sebastian Verlac. Lo había estudiado antes de ir al bar y había comprobado que le sería fácil entrar por la ventana y recuperar las pertenencias del chico. Después sólo le quedaba comprar un bote de tinte barato y...
Un grupo de chicas con vestidos de noche pasó por su lado, notando su presencia, y una de ellas, ataviada con una falda plateada ajustada, lo miró directamente a los ojos y le sonrió.
Se unió a ellas.
—Comment tu t’appelles, beau gosse? —le preguntó otra de las chicas con voz ligeramente seductora—. What’s your name, handsome?
—Sebastian —respondió rápidamente, sin dudarlo ni un segundo. Era la persona que le tocaba ser a partir de ahora, la que los planes de su padre necesitaban que fuera, en quien debía convertirse para seguir el camino que conduciría a la victoria y a Clarissa—. Sebastian Verlac.
Miró al horizonte y pensó en las torres de cristal de Idris rodeadas de sombras, llamas y ruinas. Pensó en su hermana esperándolo en algún lugar del mundo.
Sonrió.
Supo que le iba a gustar ser Sebastian.
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