
Leer conduce a un estado mental peligroso. Incrementa el andar de las
neuronas por la república del cerebro. Fijar los ojos en las letras
vivas incomoda la atmósfera de confort ignorante y deja arrastrar al ser
por la corriente de lo superfluo.
Aceptar navegar en las aguas de un libro es vivir en la isla del
conocimiento, lejos de los que no quieren saber y se burlan orgullosos
como si portaran la medalla de la ceguera e indiferencia.
Leer, diría el papá de Matilda (en cuanto le pide que le compre un
libro) echa a perder por no querer ser parte de la homogeneidad andante
que prefiere sustituir esa necesidad por la de un precioso televisor que
condena el pensamiento cuando lo absurdo se convierte en prioridad.
Víctima y victimario del oscurantismo, pronto vendrá el vacío estomacal
del saber.
Ahogarse de textos es una inflamación de la mucosa imaginación, esto
puede llevar a dirigir una orquesta de imágenes inconcebibles en la
realidad, pero tangibles en el terreno de la ficción, en el cual todos
conocemos al conejo que siempre va tarde y tiene prisa, al asesino que
se distrae en soliloquios de culpa, en los eternos enamorados o aquellos
que premian a la nariz en un concurso de zanahorias.
La ingesta de palabras en exceso puede producir una intoxicación que
palpita desde la cabeza hasta la pelvis con las contracciones de la
sensibilidad, libres de interpretación pero condenadas a aislar a
quienes se atreven a desobedecer la subsistencia vacua de contenidos sin
sentido.
El único remedio es estandarizar al ser. No preguntar nada, no
curiosear, no tocar, no explorar, no indagar, no buscar, no sentir, no
abrir siquiera la primera página, no leer la contraportada, no ver de
reojo el título, incluso lo mejor sería arrancar las hojas de los libros
para combatir la sed de discernimiento y no tener más alternativas para
nadar con los pies en este libro llamado vida. No hay opción, hay que
combatir esta epidemia delicada donde las expresiones y la crítica son
el plato fuerte.
Leer acaba con el sex appeal de la ingenuidad, corta copetes al
instante, desinflama senos, golpea musculaturas torpes, debate con el
límite del léxico, pone en entredicho a las autoridades máximas de la
nación, o a quien cometa un error del lenguaje u omita datos, atenta
contra la quietud de los errores y la ignominia.
Advertencia: clavar los ojos sobre un texto puede causar un cáncer muy difícil de curar, el hábito de la lectura.